miércoles, 18 de noviembre de 2009

AL FILO DE LA CANASTA.


Las puertas de la Torre.


No me atrevo a definir lo ocurrido durante estos días, cuanto menos es un tema casposo, e incluso daliniano, si bien todo queda justificado en busca de un único fin, resurgir de las cenizas para buscar un status que se ajuste a la calidad de este equipo.

En mi torre, como en todas las construcciones medievales que se precien, existe un pasadizo subterráneo que da a una pequeña puerta oculta entre la maleza, al amparo de unos canchos, alejado y trasero, esa puerta sirve para dos cosas: la primera, el escape en caso de riesgo para la integridad de los que en ella habitan, la segunda, para entrar de incógnito, sin homenajes, a quienes entonen el santo y seña correcto a este pobre guardián. “Por la victoria todo. Fuerza y honor”, estas ultimas palabras del hombre de la corbata roja, desarmó a muchos de sus detractores, hizo olvidar la daga con la que ejecuto su puesto, que en ningún caso fue la cruel ausencia de victorias, si no, la forma en la que la derrota le robó la credibilidad, ahora su figura ha quedado limpia como una patena, eligiendo el camino mas escabroso, en la desesperación de no aprobar su revalida, pues los decanos de esta universidad con una mano le dan el cate y con la otra le ofrecen clases particulares gratis. Por la pequeña puerta han desfilado muchos esta semana, encapuchados, con sus largas capas no podría decir quienes eran los cobardes en su huída, eso si, pude ver tinta fresca regada en el suelo y entre las zarzas esperaban caballos de pura raza, no era gente mundana. Para el Sr. Hurtado se desplegó el puente, no había música ni clamor popular, todos podían ver una figura erguida, de semblante serio, con una armadura rota, abollada igual que su alma, pero con los brillos del que la ha frotado sin descanso para reflejar el sol. En sus alforjas, una balanza que atesora multitud de éxitos y unos pocos descalabros, no escondidos, para entonar su Mea culpa.

Por la misma puerta, al momento, entró con multitud esperanzada, traje de gala y ansias de conquistas D. Gustavo Aranzana Méndez, Castellano de cincuenta y un años, caballero de elevado currículo, lisonjero con la grada, envuelto en repliques de campana que anunciaban cambio, refrescando la atmósfera de su antiguo vicio. Su primera orden para mi pobre persona, fue el cambio de contraseña. “Seriedad, autoestima, trabajo y disciplina”, esta será la consigna.

Suerte para los dos, estandartes que suben y bajan del mástil que los sustentan, pero en lo más alto de la torre perpetuo en su ondulación, el color verde y negro, hace grande las contiendas de nuestro club.

Guardián de la Torre.

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